Los granadinos dieron una lección de espíritu y garra a un equipo malaguista desangelado. No se sabe si por el cansancio de Champions, por las dudas de la próxima temporada o por qué otra razón, pero el equipo blanquiazul no es el mismo. Prueba de ello es que Willy aparezca como uno de los jugadores destacados de su equipo jornada tras jornada.
Solo una clara ocasión de Antunes pudo empañar el aplastante dominio del equipo de Alcaraz, animado por su afición como nunca. Lo intentaron Mikel Rico, Brahimi, El Arabi y Nolito, pero el que metió fue Ighalo. Sus pocos goles tienen un valor imponderable. Cualquier gol que pueda meter su equipo es oro para sus aficionados, y más en esta situación de vida o muerte. El delantero idolatrado por la afición granadina adelantó a los suyos gracias a un movimiento inteligente, que le permitió zafarse de Demichelis y desviar la trayectoria del esférico, impidiendo cualquier respuesta a Willy.
En la segunda parte, lo intentaron los de Pellegrini. Los locales cedieron unos metros e Isco se hizo con el mando del juego. El empate podía llegar por su dirección del juego, pero ya sea la imprecisión del cuadro visitante o las paradas de Roberto, el gol no subió para los de la Costa del Sol.
El sacrificio del equipo de La Alhambra sirvió para ganar tres valiosos puntos que le sirven como botella de oxígeno ante la apretada clasificación. El resultado fue el justo porque el Málaga no puede jugar exclusivamente una parte y llevarse la victoria. La Champions se va alejando y la Europa League se acentúa como objetivo blanquiazul.
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