La selección de Serbia salió más enchufada, con más ganas, con nervio, y suyas fueron las primeras ventajas (0-4, min.1). La reacción francesa vino de la mano de Boris Diaw, autor, como contra España, de los primeros puntos de su equipo.
Pero si hubo un protagonista en los primeros veinte minutos no fue otro que Milos Teodosic. El base serbio hizo y deshizo a su antojo, dirigió, anotó (18 puntos al descanso, 4 de 2 sin fallo y 3 de 4 triples), repartió asistencias (3) y, sobre todo, sobrevoló el Palacio de deportes de Madrid con su calidad infinita.
En ataque, Serbia apostó por la rapidez, la osadía y un juego directo, y sobre todo apostó por Teodosic, un genio con el balón en sus manos. No se equivocó y el marcador al descanso corroboró todo esto con un 32-46 que dejó entrever la puerta de acceso a la final para los de Djordjevic y ni la defensa especial a la que le sometió Nicolas Batum ni el juego físico de los galos, le impidió brillar como sólo los genios saben hacerlo en los momentos clave.
En el tercer cuarto, los serbios comenzaron a jugar con la ventaja y el reloj, algo en lo que fueron unos auténticos maestros en la década de los noventa. Durmieron el partido, controlando en todo momento el tempo, intercambiando canastas e impidiendo a Francia el más mínimo resquicio para la reacción.
El triple fue el protagonista casi absoluto de los últimos minutos, con Teodosic, Batum, Diaw y Heurtel como actores principales en una auténtica fiesta de efectividad y de baloncesto. Serbia controló la ventaja, la administró con la precisión de un cirujano y ni los 35 puntos de Batum (17 en el último cuarto) pudieron impedir su victoria (85-90), su pase a la final y su regreso a la elite.